Moderno y tradicional, culto y popular, clásico y folklórico, sus canciones fueron cantadas por Mercedes Sosa, Alfredo Kraus, Eduardo Falú, José Carreras y muchos otros.
Como consignara un importante diario argentino en una nota de 1996 Guastavino fue, sin duda, uno de los músicos argentinos más solicitados en el repertorio de pianistas, cantantes y especialmente, coros argentinos y latinoamericanos. Pero la trascendencia del músico tuvo una forma muy extraña: Guastavino fue un personaje extremadamente solitario y reservado; parecía encapsulado en un tiempo propio y no tenía inconvenientes en admitir su más completa falta de interés por la música de sus contemporáneos. «Siempre me han dicho que escribo en un estilo del pasado, romántico o tonal. Yo escribí y escribo la música que me gusta a mí y creo que el tiempo y la difusión que ha tenido dieron la razón a lo que estaba haciendo.
Nacido en el seno de una familia de músicos (su padre, su madre y sus hermanos tocaban distintos instrumentos) no extrañó que a los 4 años debutara como pianista en un teatro santafesino para iniciar luego el aprendizaje musical en su ciudad natal. Terminados los estudios secundarios, ingresó en la carrera de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, para abandonarla en cuarto año para dedicarse de lleno a la composición y a estudiar en Buenos Aires con prestigiosos maestros como Athos Palma y German de Elizalde en composición y Elvira Lothrinher en piano, para ejercer más tarde el rol directivo en la Escuela Superior de Música de Santa Fe.
Dedicado plenamente a la composición -señaló Héctor Coda en nota en “La Nación- en tan sólo dos décadas compuso una obra extensa e intensa: tres grandes piezas orquestales, una treintena para piano, música de ballet, cantos escolares, corales y otras más. En nuestro país se hizo por ello acreedor a cuatro premios, lo cual le valió tres viajes a Londres, especialmente invitado por la BBC. Consumado intérprete del piano, ejecutó y grabó en la capital británica sus obras y estrenó con la Sinfónica de la BBC sus «Tres romances argentinos«. Fue autor de música para ballet y conjuntos de cámara pero sobre todo de una cantidad de piezas pianísticas y canciones para distintas combinaciones vocales, al punto que no hay prácticamente coro de la Argentina. Brasil, México o Uruguay que no tenga en su repertorio una obra suya. Se consigna en su biografía que escribió cerca de 260 composiciones.
Como compositor, Guastavino no ha seguido escuela alguna, si bien se percibe -o se lo encasilla- en el alma neorromántica, confinada por una técnica entre impresionista y moderna que le ha dado perfiles inconfundibles. Lo telúrico no lo ha limitado en absoluto, antes bien lo ha universalizado. Como Kodaly o Bartok, buscó la raíz de su obra en lo genuinamente local como condición de la universalidad. El folklore fue por él abordado con la genuina inspiración de «proporcionar a una composición -como lo aseveró una vez- el temperamento y el genio de un pueblo, y no como traducción literal de melodías rudimentarias
Como muchos compositores argentinos o europeos, Guastavino buscó el material de su música en los modos del folclore. A diferencia de otros, él no aspiró a construir con esos materiales obras de largo aliento o ejemplares de un localismo grandilocuente e ideológico; sus piezas conservan una rara mezcla de modestia aristocrática. Su música refinada hizo que canciones como “La tempranera”, con letra de León Benarós, “Pueblito mi pueblo”, con letra de Francisco Silva y “Se equivocó la paloma”, sobre un poema de Rafael Alberti se hicieran populares; esta última fue grabada por primera vez por Eduardo Falú y luego por Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Sergio Endrigo en Italia, muchas cantantes líricas de todo el mucho y solistas y grupos folklóricos argentinos.
Afirmó Carlos Coda al escribir sobre su muerte, ya octogenario, en la pequeña localidad de San José del Rincón, vecina a Santa Fe, a la que dedicara “Pueblito mi pueblo” y a la que regresaría anciano: Le hubiera complacido -como se dice que ocurrió- que su música fuese cantada o silbada por gente anónima, que nada sabía de él, oída al pasar. Su genio ha rozado, quizás, una capa significativa del inconsciente colectivo, privilegio del genio verdadero. Carlos Guastavino perdurará más allá de la mera circunstancia del nombre. A tal punto su persona se transfiguró en música, privilegio que muy pocos poseen en la historia universal del arte de los sonidos. Por estas simples razones, su nombre de estará siempre referido a la Argentina. No por dar un carácter y una fisonomía a lo argentino, sino por conferirle, además, un sendero al espíritu.
Otra nota, en el diario “Rosario/12” de octubre de 2020, ubica su obra y relevancia: Así, de atrás para adelante, y de adelante para atrás, se puede pasear por la vida musical de este hombre alguna vez ninguneado por cierta “intelligentzia” vanguardista que lo tildaba de “vulgar” pero largamente defendido por quienes creían y creen de veras que las fronteras entre lo académico y lo popular eran y son cada vez más difusas. Al punto es rescatado el romántico Guastavino que hoy, ya sin las polémicas de antaño, es considerado uno de los compositores de música argentina más representativos del mundo. No es difícil comprobarlo. Más allá de lo dicho, surgieron piezas que marcaron infancias y adolescencias de más de una generación
Después de abandonar la composición por doce años -en una decisión al parecer definitiva- en 1987 fue invitado para ejecutar la parte del piano en el estreno de sus “Indianas N° 2” por el Orfeón de Carlos Vilo. Fue a partir de esa experiencia que retomó la escritura musical con una treintena de obras dedicadas a Vilo, quien ha dedicado buena parte de su actividad al servicio de la música de Guastavino. Más de cuatro décadas antes, en 1940, había obtenido por unanimidad el Premio Municipal de Música, otorgado por el Ministerio de Justicia e Instrucción Cívica.
Es uno de los pocos exponentes del nacionalismo musical argentino que goza de un reconocimiento internacional. Así lo interpretó en 1987 la (OEA) y el Consejo Interamericano de Música (CIDEM) que lo homenajearon con la máxima distinción de ese organismo. Recibió además el «Premio Consagración Nacional» de la Secretaría de Cultura de la Nación (1992), una distinción de la «Asociación de Críticos Musicales de Argentina» (1993), y la declaración como «Personalidad Emérita de la Cultura Argentina» por parte de la Presidencia de la Nación (1999). En 2009 se le otorgó el Premio Konex de Honor, como personalidad musical relevante fallecida en la década anterior.
Sus relaciones eran selectivas y una de ellas fue con el gran poeta Luis Cernuda, uno de los integrantes de la Generación del 27 española (Lorca, Aleixandre, Salinas, Alberti, Miguel Hernández), con quien compartió afinidades literarias y un agudo sentido crítico, a la vez que musicalizaba dos poemas de Cernuda; “Déjame esa voz” y “Tres canciones”. También había compuesto la música de las “6 canciones de cuna”, de Gabriela Mistral y la de varios temas del poeta argentino León Benarós. Sin olvidar su magistral recreación del legendario “Arroz con leche” al que convirtió en música coral y en fuga para distintos instrumentos.
Solitario, reservado y poco comunicativo, aunque siempre en estado de alerta intelectual, Guastavino poseía un refinamiento natural y una distinción nada afectada. Su trazo pulcro, fluido, natural y espontáneo afloró en toda su producción vocal, en las obras de cámara, su única obra para piano y orquesta y, por supuesto, en todas sus obras para piano, en las cuales puso de manifiesto, por encima de todo dogma o preconcepto, la imprescindible necesidad del arte para la vida.
Canciones muy reconocidas del repertorio popular argentino como «La tempranera» o la composición musical del poema de Rafael Alberti «Se equivocó la paloma» son creaciones de Carlos Guastavino, interpretadas por grandes figuras de la música como Mercedes Sosa y Joan Manuel Serrat.