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#DíadelLibro #arribaloslibros

Contar la ciudad, Rosario como escenario

Viernes 30 abril, 2021 |

Este año celebramos el Día Internacional del Libro rescatando las obras que destacan nuestra geografía, personajes y épocas.¿Te animás a #contarlaciudad con nosotrxs? Tenemos un hermoso libro de regalo para todxs los participantxs.

En el Día Internacional del Libro 2021, el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa te invita a compartir fragmentos de relatos que tengan a la ciudad como escenario. Distintas geografías, épocas y personajes de Rosario han sido inmortalizadas en relatos, novelas, poemas, historietas y otras narrativas. Este año quisimos recordar aquellos textos a partir de los cuales la lectura recupera nuestra historia y cultura local. La propuesta es intercambiar fotos, videos y textos de los y las escritorxs que narran la ciudad y sus encantos.

Tenemos un magnífico regalo para quienes participen. Subí tu fragmento preferido con los hashtags  #ContarLaCiudad y #QuieroElLibrodeManuel, etiquetanos y te ganas un ejemplar de “Robinson Sosa”, el libro de historieta de Manuel Aranda y El Tomi que transcurre en la isla del laguito del Parque Independencia.

Elegimos para iniciar esta celebración en red textos significativos de todas las épocas. Además, como homenaje al querido Manuel Aranda – recientemente fallecido – obsequiaremos ejemplares de la emblemática historieta Robinson Sosa – publicada originalmente en la revista Risario durante los primeros años de la década del 80 – editada por el Centro Cultural en formato libro en el 2016. 

Las barrancas de Alberdi, por Marcos Lenzoni
Barrancas de mi río, altas y recortadas/ en felpudos festones de céspedes verdosos;/ barrancas caprichosas, frescas y salpicadas/ de florecillas vivas./ de tréboles fragantes y de árboles lustrosos./ Sobre la falda oscura se destacan lo fríos/ chalets aristocráticos, tan pulidos y ufanos;/ más allá un promontorio/ y luego, allá a lo lejos los brazos de los ríos,/ con gestos voluptuosos, largos gestos humanos,/ que intentan abrazar el gran cuerpo ilusorio de las islas lejanas. Algunos camalotes/ que navegan errantes,/ traen hasta la barranca su presente de brotes,/ de flores y de frutos; jardincillos flotantes/ desprendidos quién sabe de qué frescos islotes,/ de qué playas distantes…
(Poema incluido en su libro “Brotes morados”, 1925)

Avenida Belgrano, por Noemí Ulla
Después los tres miramos el río; era un milagro del amanecer. Nos sorprendimos de querernos tanto. Nos lo confesamos. Nos miramos a los ojos preguntándonos qué cosa hacíamos allí. De pronto el Tarco dijo: ¿Y si nos acostáramos? Tenemos que estar juntos los tres. ¿No te parece, Diana?
-No sé… Se ha hecho tarde y ninguno de ustedes tiene obligaciones.
-Vos sí -dijo el Tarco en tono zumbón.
-El amor no tiene horarios -agregó Lorenzo burlándose de la frase común.
-No tiene horarios, no tiene tiempos -contesté.
-¿Vos sabés lo que estás diciendo? -preguntó el Tarco. No: vos no sabés lo que estás diciendo
-agregó con firmeza.
-¿Te parece tan fácil despreciarnos como si tal cosa? -agregó Lorenzo.
Uno de los mozos, al que conocíamos como Leonardo, empezó a rondar en señal de que estaban por cerrar el restaurante.
-No es eso, corazones. Es que dudo. No estoy segura.
-Bueno, che, paguemos, que aquí nos están echando.
Cada uno puso el dinero que tenía y entre todos redondeamos el total. Al Tarco nunca le alcanzaba y Lorenzo solía tener alguna reserva.
Salimos a los muelles. Poca gente de trabajo andaba por el puerto. Caminamos subiendo por el parque, riéndonos del monumento que nunca habíamos aprobado. ¡Y pensar que a Lola Mora -dijo Lorenzo- le habían encargado el proyecto y todo quedó en la nada para alzar al fin ese horrible promontorio.
-El falo -agregó el Tarco -. Ya todos le dicen “el falo”.
Después de un trecho nos sentamos en uno de los bancos de piedra, en un lugar desde donde todavía era posible ver el río y la avenida de los palos borrachos,que era uno de los orgullos de la ciudad.
(Fragmento de su novela “Los que esperan el alba”, 1960)

 
“Nuevo Sol”, por Jorge Riestra
Marquéz fue, sin dudas, un tipo singular. Aunque esta frase puede ser equívoca y sugerir que es esa singularidad la que determina que su nombre sea la primera palabra de esta historia. Y no es así, porque desde ese punto de vista, tomando como base la medida corriente de singularidad – excentricidad, locura, vida misteriosa o extraña – mirando las cosas desde fuera del café, diríamos, como un transeúnte, en el “Nuevo Sol” había un grupo numeroso y compacto de hombres que, con un derecho mucho mayor, por razones de antigüedad y jerarquía, podrían haber exigido que sus nombres encabezaran cualquier relato de un cronista del pequeño mundo que habitaban. 
(Fragmento de Salón de billares, novela 1960)

Río, por Graham Greene
Durante la noche nos habíamos detenido en una ciudad llamada Rosario. Las voces, los gritos, el ruido de las cadenas se habían introducido en mis sueños, convirtiéndolos en violentas pesadillas poco antes de despertarme. Al levantarse la niebla vi que el río había cambiado de aspecto. Muchas islas emergían de las aguas, había acantilados y franjas de arena y pájaros extraños silbaban y susurraban junto a nosotros. Tuve una sensación de viajar mucho más intensa que al cruzar las fronteras pobladas en el Orient Express. El río estaba bajo y se decía que no podríamos ir más allá de Corrientes porque no habían llegado las esperadas lluvias de invierno. En el puente, un marinero echaba continuamente la sonda. El sacerdote me informó que el fondo estaba a medio metro del calado del barco y se fue para seguir propagando el desánimo.
(Fragmento de su novela “Viajes con mi tía”, 1970)

Pasaje Pam, por Juan Martini
Se baja del ómnibus en la esquina de las calles Laprida y Córdoba. Compra un diario y camina por Córdoba hasta Maipú. Su mirada indiferente recorre las fachadas: vidrieras atestadas de antigüedades en dos negocios atendidos por señoras que distraen su excesivo tiempo libre con obras de caridad, la oficinas de apuestas del Jockey Club, un local bowling, una casa de discos, el edificio del Jockey Club con sus puertas de metal y vidrios cerradas en la esquina de Maipú. La calle está llena de camionetas de reparto, de taxis y autos particulares embotellados en un tránsito desordenado. El ruido de las bocinas molesta a Vargas. Entra en un bar llamado “Rayito de sol”. Y pide su desayuno: café con leche y cuatro medialunas. Despliega el diario y en una primera mirada se ocupa solo de los títulos y las fotos y se detiene en las noticias policiales. Termina el desayuno rápidamente y fuma dos cigarrillos negros. Dobla el diario y se encamina a su oficina. El Pasaje Pam es una galería con entradas por Córdoba y Santa Fe, Los locales están ocupados por numerosas oficinas, depósitos, una galería de arte y una cooperativa, inmobiliarias, agencias de turismo y publicitarias. Vargas recorre la galería con paso lento. Saluda con la cabeza a media docena de hombres que se cruzan en el camino. Unos veinte metros antes de llegar a la calle Santa Fe, a la izquierda hay una escaleras de mármol blanco con los escalones gastados y filosos en los bordes. Vargas sube por ellas y luego sigue por un pasillo angosto lleno de puertas cerradas con los cristales pintados o cubiertos con cortinas o papeles. Al fondo del pasillo un cartelito de chapa pintado de azul con letras blancas dice: “Investigaciones El Águila”. Esa es su oficina.
(Fragmento de su novela “Con el agua en los pulmones”, 1973)

Una plazoleta, por Alberto Lagunas
Y las golondrinas comenzaron no a huir sino a llegar en el cielo de un verano sobre el Parque Independencia de Rosario, allí donde el parque se incrusta entre edificios en calle Moreno, donde los árboles gordos como ombúes -pero que no son ombúes- van recortando callejuelas y tapando monumentos, y donde un tobogán y varias hamacas crean un espacio de verdadero descanso y en esa plazoleta te despedí una tarde, luego de haber tomado examen juntos, hermosa como un atardecer y me dijiste que pasara a buscarte en el edificio que está justo frente al parque, Y esa noche con luna bajaste la escalera, en lugar de bajar por el ascensor, dejando arrastrar alegremente el chal blanco, que hacía increíblemente juego con el vestido violeta, sobrio y el collar blanco y tu pelo castaño claro. Creí nuevamente morir. Pero de miedo a meter la pata. Era la tercera vez que te veía, Y estabas más hermosa, más lejana que nunca. 
(Fragmento de relato “El amor que no se dio” de su libro “Diario de un vidente”, 1980)

Isla del Laguito, por Manuel Aranda
A veces, cuando se perfila una tormenta, y la tierra y la hojarasca se arremolinan, y las palmeras sacuden su melena y las primeras gotas resbalan por las hojas de los gomeros…
Se tiene la sensación de que realmente la mano viene de trópico. Entonces…
Robinson Sosa se arrellana gozoso en su camastro y se dispone a oir el agua golpear sobre la geografía de la isla… 
Se dispone a anticipar el murmullo de los patos cuando algún relámpago los asuste.
(Fragmento de “Robinson Sosa”, publicado en la revista Risario  en 1981)


Munich, por Alma Maritano
Volvieron muchas golondrinas esa primavera. Yo me sentaba en el balcón y las veía revolotear sobre los edificios. Mi balcón es amplio. Da sobre Necochea, y al final de la calle están la “Munich”, el río y las islas. Me siento por las tardes en mi sillón de hamaca, a eso de las seis, si no hace demasiado calor. O tal vez un poco más tarde, y me pongo a mirar. Puedo estar mirando durante horas. Me concentro y hago desaparece la “Munich”, y quedan solamente el río, el borde oscuro de las islas, y el viejo tala que me tapa justo el centro de los barquitos que pasan de cuando en cuando. La “Munich” parece una postal europea, tan llena de sillas de colores empinadas sobre la barranca, y los autos centelleando a lo largo del cordón y la gente indolente sentada o yendo y viniendo. A fuerza de ensayar días y días logré la suficiente concentración como para excluirlos…
(Fragmento de su relato “El puente”, de su libro “Mañana le pregunto”, 1994)

El gato del Radar, por Concepción Bertone
Íntimo territorio, me decías./ Predio del tiempo arrebatado al tiempo./Al tiempo que deshace de los días/ lo que los días tienen de absoluto./ Si hasta el negro emblemático/ del luto/ destiñó su dolor hacia los grises./ Y devino el olvido en los matices./ los tonos de la pena que consuelan. Intimo territorio. Una heredad/ de tardes que estrechando demoraban/ lo nuestro que se pierde inexorable./ Rémoras de café, de humo. Es probable,/como pensaba Blake, que los deseos/ vulnerables se tricen con razones/ que pergeñan sus sombras y las nuestras./ No la del gato oscuro/ que era muesca/ de luna, de extramuros, de secretos./ El gato del Radar./ La mancebía del olor de ese gato/ aletargado en su negro pelaje./ Las cesuras ígneas de su mirada/ entre las mesas/ exhumaban la noche, las promesas,/ la luna meretriz. Mito, Pasado. El amor como el gato/ que ha salvado alguna de sus vidas/ ahora envejece; entre las siete que le fueron dadas/ la última y mortal/ huele a prohibido./ A sueño lupanar como el olvido/ que quiero transgredir con el poema.
(Poema incluido en su libro “Citas”, 1994)

Sarmiento y Rioja, por Beatriz Vignoli
Cuando llegamos a Sarmiento y Rioja nos sentamos junto a la vidriera de la Óptica Suiza a esperar el 210. Se equivocan los que dicen que en esta ciudad no pasa nada, Pasa el tiempo. Pasan cuatro Tóxicos en un Torino rojo cupé con techo vinílico. Malos muchachos con ganas de pegar o bien de inculcarnos a golpes el odio a la vida, No olvidemos que ellos son nuestros mentores, nuestros ángeles guardianes estos mesías de manguera y cadena que están tan deseosos de completar nuestra educación, supongo, por la lentitud taciturna de serpiente con que el Torino pasa reptando a nuestro lado. El Droopy ni los mira. Yo sí y creo reconocer en una de esas caras la del cana de civil que estuvo hace dos gin tonics atrás tomando un destornillador en el Georgie Pub & Pool. Pero siguen de largo y doblan en Sarmiento: si el infierno tiene que caernos por sorpresa. Cuando el asfalto vuelve a quedar desierto, el Droopy arroja el pucho del último Parisienne al medio de la calle, catapultándolo con un castañazo de sus dedos pulgar e índice, como anunciando que su largo silencio está por terminar.
-El miedo los atrae -dice,
-¿Qué?
-El miedo los atrae, loco. Te huelen el miedo, Si no les tenés miedo no te pasa nada, loco, ¿Viste que siguieron?
-Sí.
-Porque yo no les tuve miedo. Y siguieron.
El cielo sigue igual como si nada. El cielo y su color de vendas sucias. Y la luna opta por no meterse,
(Fragmento de su novela “DAF”, 2001)

Paredón, por Pablo Makovsky
Atrás del paredón del puerto, entre el follaje/ de los plátanos que oscurecen la otra vereda,/ los techos de los galpones levantan/ un fulgor escarlata en la cálida mañana de mayo./ Los autos corren lentamente, la espesura dorada del sol/ los retiene. Recorrer una ciudad/es como recorrer una casa. Esta es una casa ajena/ pero tengo una misión y eso/ aligera el peso de ser extranjero. La casa es el lugar al que uno vuelve cuando no tiene dónde ir…
(Poema incluido en su libro “La vida afuera”, 2004)


Trolebús, por Eduardo D’Anna
Por todo eso, yo ando despacio. Los choferes que me conducen lo saben. No me fuerzan, sería peor. A veces, viene uno nuevo y se sorprende de lo lento que voy. Empieza a apretar el acelerador. Le mete y le mete. Yo no me doy por aludido, sigo a la misma velocidad. El tipo no entiende nada, y me empieza a insultar. Yo ya estoy acostumbrado, y no le doy bolilla. No me ofende quien quiere sino quien puede. Que insulte nomás, yo me muevo a la velocidad que yo quiero. 
(Fragmento del cuento “El ómnibus lento” del libro “Rosarinitos y otros cuentos para chicos”, 2015